Después de la pérdida

Para cualquiera que se ve sano, con energía, es muy difícil imaginarse a uno mismo con una pérdida de salud grande. Menos aún en un futuro inmediato. Hay crisis vitales que nos afectan y nos cambian profundamente. Cuando ocurre, desde el principio hay una cierta sombra de negación, de no aceptación. Después, cuando empezamos a entender la nueva realidad, hay además una sensación de pérdida de cómo era nuestra vida anterior.

En mi caso he vivido este proceso directamente y también en segunda persona, como un caso clínico del que se puede tener información privilegiada. Escribo entonces este artículo sobre los ‘resultados’ de este estudio: Es muy interesante darse cuenta después de una pérdida de qué es lo que nos hace ser participantes activos de nuestra propia existencia, lo que nos impulsa en el día a día a convivir con el cambio de vida. Lo que ayuda a amortiguar los golpes de la vida. Puede ser cocinar para la familia, escribir ficción, leer novelas de aventuras, ver más a los amigos, etc. También para los que nos hemos recuperado, hay cosas que antes seguramente no se pensaban dos veces y que, después de acercarse al borde del acantilado, ahora están presentes de manera continua. Y es que el tratamiento de una enfermedad grave suele significar secuelas duraderas, para el resto de la vida. Las actividades del día a día se alteran radicalmente. Salir a comprar o a cenar, tener una conversación, estrechar una mano, coger un coche… casi todo lo que haces en los nuevos días, la nueva vida, está alterado de una manera clara. Enseguida te das cuenta que todo está sujeto a esta nueva condición.

Las palabras cáncer o tumor siguen siendo complicadas de pronunciar para muchos. Aunque el cáncer es un conjunto grande de enfermedades, algunas mortales con efectos devastadores y otras muchas tratables con bastante éxito, es de inicio una palabra aterradora. En muchos casos nos hace enfrentarnos a la posibilidad de morir, a dejar de existir y dejar sin nosotros a las personas que nos quieren. La dificultad de hablar del cáncer es parte de la dificultad social e individual de tratar el sufrimiento, la enfermedad, las partes sombrías de la vida, incluida la experiencia de morir, como parte de la vida.

La experiencia de sufrir tiene un lado positivo. Poco a poco uno se acostumbra a integrar lo que nos hace miserables como normal en un nuevo modo de vivir. Se hace normal hablar de ello. Y así, como aprendizaje, se aprende una manera de ayudar a otros con realidades parecidas. Ayudar con las necesidades del día a día, con aportaciones pequeñas y grandes que dan más oportunidades para disfrutar de cada día. Si quieres a esa persona, desde luego no quedarse solo en algunas palabras de ánimo. Proponer, si hace falta preguntando, cómo hacer la vida mejor para esta persona. Llevar a los niños a jugar con otros niños, traer unas croquetas caseras, organizar un picnic en la playa, ver una serie juntos, escuchar lo que tenga que decir y contar esta persona… cada persona tiene sus alegrías más o menos personales.

Después de la pérdida sabemos mejor cómo ayudar a otras personas que también han perdido. Y enseguida nos damos cuenta que en realidad esto vale para cualquier persona con la que nos relacionamos.

Crédito de la imagen: Juanma Pérez