EL ARTISTA COMPLACIENTE

La entrada del callejón era estrecha, tranquila, con una farola vieja que apenas iluminaba el suelo de adoquines. Un cambio radical respecto a la calle de antes, llena de vida nocturna, grupos de gente y bares de tapas en edificios modernistas restaurados.

Paulina, una chica de veintitantos años con cabello largo y negro, miró el letrero de la calle y lo confirmó en un mapa en su teléfono. Llevaba botas altas de cuero y una chaqueta de diseñador que daba la impresión de costar mucho dinero. A pocos pasos de la esquina, con grafitis y carteles de papel en las paredes húmedas, había una gran puerta de madera. En ella, un letrero en letras blancas sobre fondo oscuro decía ‘Santiago Kunst’.

“Supongo que es aquí”, pensó Paulina. “Espero que la recomendación sea buena, tengo que llevar un buen regalo”.

Alguien que conoce a alguien de su familia en Alemania le había recomendado este artista local. Su estudio está en España, pero dicen que se mueve mucho. «Prefiere conocer a sus clientes en persona, y suele hacer en esos casos un buen precio», le han explicado. Está en el casco antiguo de la ciudad. Es un artista que se ha puesto muy de moda entre los ricos en Alemania, aunque no está claro qué obras son suyas y cuáles falsas, según muchas noticias en internet.

Paulina no tenía intención de regatear. Ella era una estudiante universitaria en el extranjero y no trabajaba, pero sus tarjetas de crédito estaban bien de salud. Estaba un poco nerviosa. A los pocos días iba a ser el cumpleaños de su mejor amiga. “Parecía increíble en tan poco tiempo”, pensó Paulina. Había pasado menos de un año desde que se habían conocido. Quería hacerle un regalo hermoso, para mostrar cuánto se alegraba de haberla conocido.

La puerta no tenía timbre ni identificador biométrico. Paulina golpeó ligeramente la madera con la mano. Entonces se dio cuenta de que a media altura había una cosa pesada que se usaba para golpear la puerta y llamar. La usó y dio medio paso atrás.

-Buenas noches, señorita, ¿puedo ayudarla?

La puerta había sido abierta por un androide de cuerpo entero que parecía un hombre, pero era obviamente un androide. Paulina no pudo ocultar la sorpresa. Un perro labrador negro asomó la cabeza entre las piernas y miró a Paulina con ojos felices y anaranjados como si quisiera jugar.

-Hola, estoy buscando a ¿Santiago? -preguntó ella, asintiendo con la cabeza-.

-Sí, soy yo. Por favor, entre, -dijo el androide-.

Paulina dio unos pasos, bastante sorprendida. No había ningún humano a la vista y este androide parecía realmente de alta gama. Quizás el androide realmente era Santiago el artista.

-Oh, hola, soy Paulina Calvin. ¿Alguien me dijo que podía encargar una pintura al óleo aquí en su estudio? Me la llevaría lo antes posible y pagaré ahora mismo si está de acuerdo.

-Sí, no hay problema. Pero para estar seguro, debe contarme más sobre lo que desea pedir. Este es Trotsky. ¿Quien te hablo de mi?

-Un amigo de mi familia que ha comprado un cuadro suyo … ¿en Tubingen? No sé mucho, solo que fue muy impresionante, y que estás en boca de todos.

El estudio del artista era una planta baja abierta. Todo parecía muy limpio, como si se hubiera mudado recientemente. Primero, un pasillo muy amplio con pequeñas pinturas en las paredes y esculturas y antigüedades restauradas en un estante que llegaba a la altura de la cintura a lo largo del pasillo. Luego un área grande con una ventana a un patio con plantas, con un atril en el medio, más pinturas de varios tamaños en las paredes y un gran armario de almacenamiento con varios cientos de pinturas terminadas, todas alineadas como autos estacionados en batería.

-Siéntate aquí y hablemos -dijo Santiago-. ¿Qué tienes pensado?

El artista se sentó en una gran silla de cuero gastado, incluso tenía un agujero en un apoyabrazos que dejaba al descubierto el relleno. Había un par de sillas de mimbre junto a la pared y Paulina tomó una y se sentó cerca del atril. El perro se acostó con una pierna cubriendo una de las patas de goma de Santiago.

-Bien pues pensaba en un lienzo de tamaño mediano, que me pueda llevar de aquí andando vamos. Y que sea muy colorido y un poco de estilo antiguo tal vez, como ese famoso artista español que era tan gracioso con un bigote raro que hacía caras así con líneas cuadradas -dijo Paulina-, y al mismo tiempo hizo gestos en zigzag con las manos sobre su rostro.

-Creo saber a quién te refieres, -dijo Santiago sonriendo antes de continuar.

-Pero cuéntame más sobre cómo te sientes al pensar en esta pintura, qué esperas experimentar cuando la veas en tu casa.

-¡Ah, no! No es para mí, es un regalo de cumpleaños para mi mejor amiga. Quiero que sea especial y muy bonito. Ella ama todo lo que tiene que ver con el arte. Su piso está lleno de cosas como tu casa aquí, sabes. Todas estas esculturas y cosas que tienes allí me recordaron un poco a un armario enorme que tiene ella, con una pulsera de bronce, piezas de cerámica rotas y otras cosas que encuentra mientras camina en la naturaleza. Ella es bastante rara en ese aspecto.

Santiago apenas se movía mientras escuchaba, como suelen hacer los androides, pero Paulina notó que seguía acariciando y rascando la cabeza del perro lentamente mientras hablaban. ¿Dijo el nombre del perro era Trotsky? El nombre le sonaba, y tal vez había algún significado en nombrar al perro así. Paulina sabía que el nombre era de alguien famoso en la historia, pero no recordaba mucho más.

-Creo que le gusta el arte un poco sombrío pero colorido, un poco como ella, alegre y misteriosa al mismo tiempo, -concluyó Paulina-.

-Parece que sois muy buenas amigas. ¿Cómo os conocisteis? -preguntó Santiago-.

-Oh, vamos a la universidad juntas. Vine aquí para hacer el último año de una licenciatura en Ciencias de la Computación. A las dos nos encanta todo lo que tenga que ver con los bosques, la naturaleza, caminar por los senderos de montaña, así que empezamos a hablar y salir los fines de semana con el club de montaña. La informática puede ser un poco agotadora a veces, ya sabes, y nos gusta alejarnos tanto como podamos. Ahora estamos trabajando juntos en un proyecto de código abierto para un asistente inteligente que ayudará a los arquitectos con el diseño de rascacielos. Lo hemos llamado Casagrande. Puedes buscarlo, está subido en …

-Lo estoy mirando mientras hablamos, -dijo Santiago-, mientras en sus ojos aparecían líneas y puntos brillantes.

-¿Elegiste el nombre Casagrande por el juego de palabras o por el arquitecto finlandés? -preguntó Santiago-.

¿El arquitecto?

-Sí, Marco Casagrande. Se hizo famoso por quemar su primera obra importante.

-No tenía ni idea, -dijo Paulina-, arqueando las cejas. «Eso debe haber sido idea de Sara», pensó.

-El fuego es un elemento importante para el arte. Es un símbolo de destrucción, y puede ser un paso hacia verdadera creación. Además, es que se pueden crear cosas hermosas con llamas, -dijo Santiago-, poniendo una cara un poco extraña en opinión de Paulina.

Paulina estaba cada vez más sorprendida por Santiago, este era un androide muy inusual. Incluso con placas metálicas claramente visibles en su rostro, la conversación con él le había hecho olvidar que no era humano. Esta última declaración del ser frente a ella le había resultado especialmente fuera de lugar para un androide.

-Sigue hablando de tu amiga, por favor, -dijo Santiago-, mientras los puntos brillantes en su ojo se detenían.

-Ok, más sobre Sara. Le gusta usar vestidos vintage de una sola pieza de esos divertidos con flores y tal, y siempre habla moviéndose mucho. Pero mucho mucho. Como cuando hablamos de ideas para el asistente de diseño, a ella le gusta explicar el código haciendo caras divertidas y formas con las manos en el aire, -dijo Paulina-.

Paulina se detuvo por un momento, mientras se mordía el lado de un dedo y luego ponía una mano en la cintura. Santiago se fijó en los gestos, con puntos blancos nuevamente en su ojo. Trotsky lo miró a él y luego a Paulina. Ella hizo un gesto involuntario de un poco de disgusto, por la sensación de volver a darse cuenta de repente de que el androide no era humano. Qué extraño todo sobre este androide. Esta vez Santiago pareció darse cuenta de la reacción de Paulina y empezó a hablar.

-Discúlpame, traté de mostrar mis emociones de una manera algo descuidada. Como ves, no tengo muchos recursos en este cuerpo para hacerlo bien, -dijo Santiago-.

Paulina conocía los conceptos básicos sobre la programación de androides. Nunca había oído hablar de un androide en cuerpos diferentes. No es así como funcionaba. Los androides estaban programados para usar un kit de hardware, y cargarlos en otro diferente creaba muchos problemas. Como si un humano de repente tuviera tres brazos. Qué lío sería usarlos sin lastimarse ni romper cosas. ¿Y qué hay sobre lo de mostrar sus emociones? ¿Qué fue eso? Este androide estaba programado para ser extraño, pensó Paulina.

-Me veo a mí mismo como artista por encima de cualquier otra cosa, -continuó Santiago-, mientras daba unos pasos hacia el atril y colocaba un lienzo en blanco. El piso de madera soltó un crujido bajo el peso de su esqueleto de metal cubierto con caucho sintético. Vestía ropa holgada y Paulina pensó que la camisa de lino oscuro le quedaba bastante bien. Su rostro y su cabeza eran como los de un hombre calvo de unos cincuenta años. Varias partes metálicas visibles en su barbilla y orejas, el brillo de sus ojos, no dejaban ninguna duda de que se trataba de un androide. Esta era una característica de diseño común de la mayoría de los kits de hardware de Android. Si el parecido físico era demasiado parecido al de un humano, entonces las pequeñas pero frecuentes disonancias en el comportamiento recordaban de manera inevitable la naturaleza no humana del androide, provocando una reacción de disgusto y rechazo en el observador humano. Sin embargo, este no era el caso de Santiago.

Paulina se quedó en silencio mirando a Santiago mientras empezaba a pintar. El androide sacó una vieja paleta de madera y comenzó a mezclar colores con una espátula.

-Si no te importa, caminaré un poco por tu estudio y miraré las piezas que tienes por aquí, -dijo Paulina-.

Paulina estaba acostumbrada a interactuar con androides. ¿Quizás este era un androide de cuidado de ancianos? Capaz de pintar y también de mantener una conversación durante tanto tiempo, esos eran los únicos en los que podía pensar. También era muy inusual que un androide estuviera activo sin su dueño cerca, y Paulina no había visto ninguna señal de humanos en el estudio. Decidió hacer una llamada, pero se detuvo asombrada al ver cómo se movía cuando pintaba, una mancha borrosa de trazos suaves y rápidos.

-Me gustan los colores que estás usando. Entonces, es abstracto, ¿no? -dijo Paulina-.

-Ten paciencia! Si puedes, por favor échame una mano con Trotsky, debe tener hambre. Iba justo a darle de comer cuando has llegado. Su comida está en una bolsa en ese casillero de allí.

En el lienzo, entre un caos de trazos de pintura oscura, aparecieron dos rostros brillantes, un brazo blanco y amarillo, luego las manos entrelazadas de dos chicas. Paulina se había dado la vuelta sólo unos segundos, acariciando a Trotsky, y Santiago se había alejado del atril, mirando en silencio la imagen terminada. Paulina se levantó despacio, los ojos fijos en el cuadro.

-Es, es hermoso, es perfecto, -susurró Paulina-.

-Eso es bueno, -dijo Santiago-, con una mueca llamativa de nuevo.

-No sé si a mi amiga le gustará, tal vez piense que… -Paulina hizo una pausa como si buscara las palabras adecuadas, pero Santiago empezó a hablar.

-Haz lo que tu corazón te diga que es correcto. Espero haber creado un regalo especial para tu amiga como me pediste. Traté de retratar tu conexión emocional con ella.

-¡Sí, puedo ver eso! -dijo Paulina-. ¿Cómo es eso tan claro en esta pintura? ¿Nos has estado estudiando online mientras hablábamos?

-Aún no hemos discutido un precio, -dijo Santiago-, aparentemente ignorando las preguntas. Mientras tanto, puso el lienzo en una caja de madera con asa. Luego comenzó a envolver la caja con papel.

-Si estás de acuerdo, me gustaría regalarte este trabajo, no tienes que pagarlo, -dijo Santiago-.

-Yo … ¡¿Cómo puedes saber lo que sentimos o no Sara y yo?!

-Este rato que hemos compartido, la oportunidad de hablar contigo, es digno de al menos este cuadro, -continuó Santiago-.

Aturdida, con la caja en la mano colocada allí por Santiago, Paulina comenzó a caminar por la sala del estudio hacia la puerta.

-Avísame si a Sara le gusta, -dijo Santiago-, con Paulina ya en la calle, justo antes de cerrar con Trotsky meneando el rabo a su lado.