PUENTE DE TROLL

­­Subían ahora por un sendero aún con cercado de madera a los lados, pero sin buena cobertura de comunicaciones. La calidad de los servicios en esta zona dejaba mucho que desear. Al menos los árboles eran de los más grandes que había visto, quizás de los primeros que se plantaron. De vez en cuando a alguno se le movía una rama, como sacudiéndose el peso incómodo de grandes pegotes de nieve. Muy a lo lejos una pared grande de roca desnuda brillaba roja, como si un gigante hubiera desparramado una bolsa de condimento sobre su cima.

Joska Markoonen, en su papel de duro explorador a la vieja usanza, miraba atento las sombras del atardecer en el bosque. Mientras, mirando hacia los lados por entre los árboles, su caballo se mostraba intranquilo. Varias figuras también a caballo le seguían en grupo unos metros detrás. Para Joska era habitual este tipo de trabajo, pero no en estas condiciones. No entendía porqué habían abierto de nuevo esta zona. Se había disculpado profusamente con sus acompañantes, que le habían quitado importancia. Habían pagado especialmente bien así que había que dar buena impresión.

En fila, con nubes de vapor alrededor y la variedad colorida de sus ropas con las que se habían caracterizado, este grupo de clientes parecían de verdad seres capaces de algún tipo de magia. En cualquier caso se les veía que tenían recursos, lo que no abundaba últimamente. Iban hablando entre ellos animadamente sobre los días que habían pasado en la estación de bienvenida, una de los poblados de estilo hobbit que tenía el planeta. Joska escuchaba a distancia, protegido bajo su gruesa capa de pieles.

-Este no es sitio para mí -dijo su caballo agitando las crines. -Mi corazón se entristece en este bosque frío y viejo.

Joska ignoró al caballo y se ajustó el gorro para taparse mejor del frío y las ráfagas de viento.

Después de unas dos horas de marcha pisando restos de nieve y hierba mojada, llegaron a lo que parecía un camino empedrado. Un poco más delante se veía un bonito puente también de piedra. Joska levantó la mirada y paró al darse cuenta de que no conocía este sitio.

El caballo resoplaba, con gotitas brillantes congeladas colgándole de los labios, y enseñaba los dientes.

-¡Maldita la hora en que me dejé convencer para salir de la cuadra, Joska! -protestaba otra vez.

-Mira caballo, ya te advertí que no iba a hacer buen tiempo. El camino está embarrado y nos habremos desviado hace poco. Si querías te podías haber quedado en la posada con todos esos caballos de establo, y haber trabajado con algún turista plasta que sale a ver elfos a cambio de cuatro créditos, -respondió Joska con tono cortante.

-¡Allí hay heno seco todas las noches! Y se puede ver teatro y escuchar canciones, -decía el caballo entre lloriqueos exagerados.

-Quien demonios pensó que sería buena idea haceros con la inteligencia justa para poder hablar y quejarse sin parar, -dijo Joska en voz baja. 

El caballo pareció trastabillar un momento y luego se paró. Inspiró profundamente, se sacudió las crines, como cogiendo fuerzas para lo que iba a decir.

-No necesité que me convencieras cuando ibas buscando caballo para tu última misión de búsqueda de silmarils, pero se suponía que ya la habías hecho antes y sabías por dónde íbamos a buscar. Nos pasamos días sin rumbo y no encontramos nada. Aún no he cobrado mi parte.

-El cliente no ha querido pagar, yo tampoco he cobrado -dijo Joska con voz ronca. -Y no fue culpa mía. Está toda esta zona medio abandonada. Y los de arriba parece que no responden desde hace semanas. No sé qué está pasando y la verdad es que me da mala espina, -dijo Joska, susurrando casi para asegurarse de que no le escucharan los clientes.

  -A lo mejor es que ya no eres el intrépido explorador de ruinas de antaño, o los rumores sobre tus hazañas son muy exagerados, -dijo el caballo haciendo un gesto de broma al decir la palabra «hazañas». -Quiero que volvamos a la ciudad ya, ahora mismo.

Joska se sacudió la nieve del gorro y bajó despacio de la grupa del caballo. Él era uno de los exploradores en activo más experimentados que había en todo el planeta. Los directivos llevaban varios años contratando a nuevos guías que pasaban uno o dos años de formación, con un sueldo mucho menor, mientras se deshacían de los veteranos a la primera oportunidad. Él era el único que quedaba vivo que sabía algunos secretos de este planeta de juegos de fantasía épica. Estaba bastante seguro que alguno de esos secretos no los conocían la mayoría de esos directivos. Empezó a decir algo, llamando a caballo por su nombre con tono afectuoso. Nada más tocó el suelo se oyó un golpe fuerte y seco que venía desde el puente.

Joska miró instintivamente hacia el ruido, y vio una figura rechoncha de piel lustrosa y de unos cuatro metros de alto, con un garrote de madera del tamaño de una vaca entre las manos. En el primer instante Joska quiso pensar que debía ser un oso grande subido sobre un tocón de árbol o unas piedras, y se agachó instintivamente, arrastrándose hábilmente hacia unas matas al borde del camino. Confiaba en que el oso no le hubiese visto y tener así unos segundos para pensar. Enseguida se dio cuenta de que no podía ser un oso, porque además del detalle de que llevaba un garrote enorme, hablaba, y todo el mundo sabía que los osos en este planeta no hablan.

-No se puede pasar, -dijo el troll.

-¡Dios santo! -dijo el caballo, antes de sufrir un ataque de pánico fulminante y desmayarse.

Joska se puso de pie y salió de detrás de los arbustos. Se acercó al caballo lentamente. Le cogió de las cinchas de la silla y le dio unas palmadas en el cuello. Cuando empezó a recuperar el conocimiento le indicó por señas que no hablara.

-shhhhhh -susurró Joska el explorador. -Da media vuelta muy despacio y di al grupo atrás que nadie diga nada ni se mueva.

-Me quedo contigo. Sube y salgamos corriendo antes de que…, -dijo con voz ahogada el caballo.

-No se puede pasar, -volvió a decir el troll, con un tono intranquilo esta vez.

Joska miró ahora con más calma al troll. Había escuchado rumores de que quedaban algunos trolls en esta zona del planeta, pero hacía mucho que no veía uno, y desde luego no tan grande como éste. Pensaba que no eran más que invenciones. A los trolls los crearon como criaturas no especialmente inteligentes, aunque muy tozudas y bastante peligrosas si se enfadaban. Habían sido más o menos comunes en algún momento, pero oficialmente los habían eliminado por completo. Eso fue hace muchos años, después de que un troll derribara el Castillo de Tovq golpeando y masticando piedra sin parar durante diecinueve días. Al parecer porque una niña visitante se había burlado muy insistentemente de los pelos de sus orejas. Seguramente tendría sus motivos, concedía Joska. Los trolls fueron diseñados en parte para acarrear piedras para grandes muros y fortalezas y así ahorrarse algunos costes en la fase de construcción del planeta. Otro requerimiento de su diseño genético había sido estarse muy quietos durante mucho tiempo incluso con niños en los pies, o proteger algún paso importante como un cruce de caminos o un puente. Un troll está contento si hace alguna de estas tres cosas. O esa era la idea sobre el papel. Algo falló en algún paso del proceso que resultó en que se enojaban de manera ocasional pero muy impredecible, y la gente salía herida a su alrededor sin haber pagado por ello. Los seguros no estaban contentos y hubo que deshacerse de ellos. 

-No queremos pasar. No queremos ningún problema. Daremos media vuelta y nos iremos… ¿Qué eres? Eres un troll, ¿verdad? – pregunto Joska, mientras miraba despacio hacia atrás, hacia el grupo que miraba estupefacto desde atrás entre los árboles.

El troll quitó lentamente su mano izquierda de debajo del garrote, aunque éste ni se movió. Le bastaba su mano derecha para sostener sin esfuerzo los cuatrocientos kilos, o quizás más, que debía pesar. Bajo la mata de pelos desordenados que era su cabeza se veían dos grandes ojos brillar y una boca entreabierta. Había preocupación en el conjunto de su expresión.

El troll recordaba vagamente, a pesar de su excelente memoria, cuando había sido la última vez que alguien quiso pasar por el puente. Estaba seguro de que no había habido ningún problema, así que no se imaginaba porque este humano los nombraba. Las cosas podían hacerse conforme a lo previsto sin problemas. Alguien llegaba al puente y él decía que no se podía pasar, entonces le decían la contraseña (mentalmente anotó para después: intentar recordar la contraseña) o le daban una bolsa de monedas de oro y él se hacía a un lado. No recordaba tampoco claramente si alguien alguna vez había querido pelear o pasar sin pagar.

Menos aún nadie nunca había dicho, una vez en el puente, que no quería pasar y que se daba la vuelta. Eso no era lo previsto en absoluto.

-Soy un troll de las montañas, -dijo el troll. -No podéis dar la vuelta e iros, no es lo correcto.

El sol, bajo apenas ya sobre el horizonte, se filtraba con destellos oscilantes por entre las ramas cargadas de nieve. Todo estaba quieto, en silencio, excepto por la ráfaga de viento ocasional y el caballo que respiraba acelerado, esperando la señal para salir al galope.

-Tengo confirmación, el equipo de extracción está en camino, -dijo uno de los clientes al resto de su grupo. Tardarán un minuto. Dejad los caballos y retroceded conmigo hacia el camino.

Joska no les escuchaba pero el troll sí, tenía muy buen oído. Arqueó una ceja y miró hacia arriba. Al poco se escuchó un ruido de motores, varias naves de transporte de emergencia. Una luz brillante llenó el puente, cegando a Joska y al caballo. En apenas unos segundos las naves habían despegado de nuevo, al parecer con todos los integrantes del grupo de clientes que les acompañaba.

Durante un rato permanecieron los tres quietos, observándose.

-No podéis iros, -dijo el troll. -Por favor, -acabó.