Los músculos de los antebrazos de Yuto habían empezado a hacerse notar hacía un rato, con pinchazos pequeños que ahora ya no cesaban y que le forzaban a hacer movimientos extraños al teclear. Desde su ventana al exterior de la oficina veía las nubes iluminadas de rojo al acabar el día, y los rascacielos del centro de Tokio al fondo. Otro día más con lluvias torrenciales y calor asfixiante. Su jefe había pasado a despedirse hacía un rato, haciendo bromas sobre vivir del trabajo e invitando a Yuto a «una cerveza con el equipo”. Yuto pensó que no podría aguantar ni un día más a ese gracioso. Era el precio a pagar por trabajar en una corporación internacional. Al menos las horas extra se las pagaban bien, y necesitaba el dinero urgentemente. Además, este rato al acabar la tarde era cuando mejor programaba. Ya no quedaba casi nadie y Yuto se concentraba en el código.
-¿Hola? -dijo levantando la mirada. Había escuchado un grito en alguna de las oficinas por el pasillo al fondo. Estaba concentrado buscando el error en unos datos que quería dejar revisados antes de salir. Nadie contestó, sólo un poco de eco en su oficina vacía. Su estómago gruñó. Quizás era hora de levantarse a por un snack rápido de la máquina. Tenía la sensación de que había escuchado algún otro grito y golpes hacía unos minutos, pero estaba tan absorto con su trabajo que pensó que eran imaginaciones.
Un rugido atravesó entonces el silencio como nada que Yuto hubiera escuchado antes. Fue un alarido estruendoso mitad rugido mitad chillido que llenó el edificio en todos sus rincones, seguido como de arañazos frenéticos en las escaleras de acceso a la planta. El corazón de Yuto se aceleró. Algo primario se despertó en él e inmediatamente supo que estaba en peligro. Se levantó para tener una vista directa sobre la salida de las escaleras, anchas y casi la única vía de comunicación rápida con la entrada al edificio. Eran perfectas para un edificio modelo como el de su empresa, diseñadas para ahorrar el máximo de energía en esta época de crisis climática. Una figura tambaleante, con la ropa rasgada y manchas de sangre en varios sitios, apareció justo enfrente de Yuto. Andaba despacio, con los brazos temblando como en continuos espamos. Yuto se fijó en que las uñas al final de los dedos de las manos eran del tamaño de cuchillos de cocina.
Sus ojos se encontraron por un instante y la figura, que se parecía mucho a unos de los recepcionistas del edificio, abrió un poco la boca, como absorbiendo los olores del entorno, y dejando ver una fila de dientes asombrosamente largos y puntiagudos. Los dos empezaron a correr a la vez. Yuto sabía que corría por su vida. Incluso con todas las preguntas que se amontonaban en su subconsciente sobre si lo que claramente le estaba dando caza era un ser humano o algún tipo de monstruo o aberración, o de dónde había salido, su mente estaba por suerte centrada en correr y escapar.
Yuto fue directo hacia la entrada de uno de los pasillos con el monstruo corriendo agachado en grandes pasos detrás de él, increíblemente rápido y ruidoso. Parecía seguro de atrapar a su presa. Pero Yuto giró en la esquina a tiempo y la bestia resbaló por el suelo de la oficina, chocando con varias sillas y rompiendo en parte una pared, haciendo temblar el suelo.
Yuto siguió corriendo sin tiempo para mirar atrás. Escuchaba cerca los gruñidos y los golpes de sus uñas sobre las paredes del pasillo. Entró en una zona de oficina abierta esperando sentir las zarpas o los dientes del monstruo en su espalda en cualquier momento. Con el rabillo del ojo vio como resbalaba de nuevo al intentar seguirlo y pasaba de largo golpeándose la cabeza con varios armarios de archivo y mesas de esta zona de coworking. Era una zona acristalada de la oficina desde la que se veían otros edificios del complejo empresarial y el parking. Yuto vio una figura cerca de un coche parado con las puertas abiertas. Parecía su jefe. No debería haberse parado. Un ser como el que le perseguía a él salió del coche de un salto, cayendo preciso con sus dos patas encima del cuerpo del jefe de Yuto, que movía los brazos inútilmente.
Mientras seguía corriendo y mirando lo que ocurría en el parking Yuto vio algo que se escapaba de cualquier explicación racional. Un grupo de trabajadores del edificio estaban parados cerca de una furgoneta de comida rápida, de pie quietos mirando hacia el cielo, con los brazos extendidos hacia arriba, pero los brazos eran extremadamente largos, rompiendo las camisas y estirándose con piel escamosa de color gris aceitoso. Parecían ramas de una planta creciendo.
La escalera de emergencia era el objetivo de Yuto, abrió y cerró la puerta doble en menos de un segundo y miró alrededor agarrado a la barandilla metálica. La puerta recibió un golpe seco, era seguro que en cualquier momento el monstruo se apoyaría sobre las barras y abriría la puerta. Había que saltar. “Al menos de esa manera no estaré vivo cuando me coma”, pensó Yuto con resignación. No le gustaba la idea de morir. Por la calle y en la ciudad en la distancia se escuchan gritos y se veían columnas de humos en varios sitios.
Para sorpresa de Yuto un charco de agua y la hierba debajo amortiguaron mucho el golpe. Estaba aturdido y sentía un dolor agudo en el hombro, pero podía correr y enseguida decidió su próximo objetivo. Un coche atravesado en medio del parking con varias puertas abiertas y con el motor que se escuchaba en marcha. Detrás el monstruo gritaba de una manera extraña con sus garras atascándose en el enrejado de la escalera metálica. Yuto se percató de otros dos monstruos parecidos al que le perseguía, saliendo de una zona de arbolado al final del parking que no recordaba haber visto antes.
Yuto pisó a fondo en el coche. Aceleró pasando coches en la cuneta, esquivando personas y monstruos aplastados en la carretera, en camino opuesto a la ciudad. En algún pueblo lejos habría más oportunidades de seguir con vida. Había visto muchas cosas inexplicables en unos minutos pero aún no había tenido tiempo de pararse a pensar. Todo lo que podía pensar era en seguir con vida. Seguir con vida.