Llevábamos varias horas de viaje por los campos de Soria, al norte de España, así que paré la furgoneta y bajamos las tres a estirar las piernas. Era una ruta muy recomendada en los círculos ecologistas. Los esfuerzos de repoblación parece que estaban dando buenos resultados en esta zona. Andamos un poco por un sendero que bordeaba un arroyo, cogiendo bayas de las zarzas y frutas exquisitas de los árboles, con el sol alto en el cielo.
Al poco, entre hayas y abedules de troncos enormes, encontramos una casa de madera y una pareja bastante curiosa que arreglaba una huerta en un lado de la casa. Hablamos un rato y nos ofrecieron un té caliente y un trozo de bizcocho recién hecho. Vaya con el bizcocho, !era el mejor que había probado nunca!
Cuando estábamos acabando las últimas migas el hombre nos dijo sin inmutarse que eran los guardianes de un movimiento secreto de protectores de la naturaleza, y que nos necesitaban para ayudar a La Tierra. Carla enseguida se puso ansiosa a preguntar todo tipo de cosas. Nicole, sí que dijo que se asustó porque ya notaba que algo no iba bien con nuestros cuerpos, y empezó a gritar y luego llorar… Luchaba por mover sus brazos y piernas, pero ya no podía. Yo las miraba a las dos e intentaba entender qué pasaba. La mujer sacó más bizcocho y las tres dejamos de hablar y empezamos a comer. ¡Estaba tan delicioso! No podía pensar más que en comer más bizcocho esponjoso, con pedacitos de nueces y fruta.
La mujer empezó a cantar algo, con una melodía bonita. El hombre viejo nos dijo que nos estábamos convirtiendo en árboles, que viviríamos cientos de años. Luego explicó que lo que nos estaba pasando era una reprogramación acelerada pero parcial, así que conservaríamos nuestras mentes. Él esperaba tener largas conversaciones con nosotras sobre filosofía, historia, y todo lo que quisiéramos saber sobre los objetivos del movimiento y la gente, algunos famosos, que estaba ya formando parte del bosque por el que habíamos venido. Nicole seguía resistiéndose y consiguió estirar los brazos hacia adelante, que ya eran claramente más largos y huesudos de lo normal. Unos brotes verdes le empezaron a crecer en la punta de los dedos.
Yo intenté moverme, pero estaba como anclada al suelo. Les dije a mis dos amigas que las quería, y miré hacia arriba, hacia el cielo y los árboles que nos rodeaban. Mientras, la pareja seguían canturreando.
Cerré los ojos y estiré mis nuevas ramas y hojas hacia el sol.