Todavía estoy emocionado por una conversación en el metro esta mañana temprano, cuando, al igual que millones de habitantes de esta vasta e inmarchitable ciudad, me dirigía a la oficina siguiendo el flujo armonioso en los túneles de otros trabajadores.
Estábamos entrando en una estación, las puertas se abrieron y un chaval ha saltado dentro, con el vagón aún no completamente detenido. Agarró con agilidad una de las barras laterales al lado de la puerta. Llevaba pantalones ajustados, tatuajes o pintura en el cuello y la cara, y el pelo teñido como está de moda ahora entre los jóvenes. Había bastante gente en el tren, pero aún no estaba lleno. Mihael, supe más tarde que ese es su nombre, es repartidor de comida rápida. Lleva pizza, kebabs, hamburguesas y curry. Quiere ser actor de escenas peligrosas. Un asiento quedó libre y Mihael se sentó. Una chica junto a nosotros estaba escribiendo algo en su teléfono móvil, y Mihael ha visto que acababa de recibir un mensaje que comenzaba con “Te amo con toda mi alma, mi…”. Ha apartado entonces la mirada para dejar de leer. A la chica no parecía importarle, pero noté que Mihael se sentía molesto. No parecía gustarle molestar a extraños. Otra chica del otro lado empezó a bostezar y se tapó la cara con algo que estaba leyendo.
Los altavoces del vagón del metro comenzaron a dar un mensaje: “La próxima estación es Keelbarn Park. Esta es una estación sin parada. El convoy del metro reducirá la velocidad a siete kilómetros por hora, pero no se detendrá. Salten hacia delante en el sentido del convoy cuando se abran las puertas”. Es la nueva mejora que están probando en esta línea. Es una medida difícil pero necesaria, para reducir gastos y poder mantener el precio del billete de metro.
Vi que Mihael se levantó de su asiento listo para saltar, no parecía ser un problema para él. Al lado estaba ya de pie una mujer de entre sesenta y setenta años, esbelta, de cabello blanco recogido en un moño trenzado y ojos negros y brillantes, vestida con ropa desgastada pero bastante limpia. En una manga había sin embargo un agujero que bien podría ser de un ratón. Recuerdo haber pensado que podría ser una sin casa, de dormir en la calle, y que no debería saltar en Keelbarn Park. Si esperaba dos paradas más, podría bajarse de un tren detenido y caminar por la calle hasta su destino. No le tomaría más de veinte minutos extra. Si saltaba aquí, podría caerse y lastimarse. Y muy probablemente no tendría crédito para cubrir los servicios de salud. ¡Todos saben lo que sucede cuando ni siquiera tienes un matasanos! El sistema no te puede cuidar, no es posible. Si te caes y te rompes un hueso, o sales solo de la estación o te llevan los servicios de salud. Entonces un médico te abre y te cura, la ley lo dice, es obligatorio. Pero si no tienes crédito, el médico primero puede extirpar un riñón, un nervio de una pierna, lo que sea. Hasta que se pague la deuda. Se nos permite pagar la deuda con nuestro cuerpo, como si dijéramos una donación de órganos. La ley lo dice.
Mihael y yo intercambiamos miradas cuando vimos a esta mujer preparándose. Yo estaba sorprendido, nada seguro de lo que estaba pasando. Creo que todos en ese tren pensábamos lo mismo. Ella sabía sin duda que si sales gravemente herido y no puedes trabajar, entonces no tienes crédito. Así eres una carga, una carga para el sistema que no debe pagar tus servicios de salud. Ya paga una parte de todos nosotros. Por lo tanto, vas a estar muerto de todos modos, y es mejor para todos si al menos alguien que tiene crédito puede recuperarse más rápido de una enfermedad o accidente y volver a trabajar antes. Es mejor si entregas algunos de tus órganos que si te escondes en una alcantarilla para morir. Cuando te encuentran, ya no sirves para nada.
Tanto Mihael como yo supongo que coincidimos en este pensamiento cuando entramos en la estación de Keelbarn Park. Yo al menos estaba convencido de que la señora no iba a saltar. El tren había disminuido la velocidad y las puertas comenzaron a abrirse. La luz de la estación era ahora visible a través de las ventanas de los primeros vagones. Miré a Mihael y ambos vimos a la señora pegada a él, con sus ojos negros profundos mirando hacia arriba en silencio. Creo que me recuerda a alguien. Era bonita, elegante incluso con su ropa andrajosa.
«Señora, ¿¡va a saltar!?» dijo Mihael en un tono que intentaba ser desalentador. Luego contrajo levemente su cuerpo y, sin soltar por un momento la barra de la puerta del tren, saltó del vagón, de una manera que parecería muy fácil a cualquiera que no lo haya probado. No es fácil chicos, eso lo puedo confirmar. La señora saltó medio segundo después, casi tocándolo, por lo que Mihael la encontró de frente cuando dio su primer paso en la plataforma. La señora tropezó y se tambaleó hacia un lado, pero Mihael estaba justo detrás de ella. Ambos cayeron de espaldas sobre el trasero de Mihael. La señora se le había caído encima y él instintivamente la había abrazado. Siempre mejor que en el suelo duro para ella. Ambos estaban allí sentados, con la gente, en el tren en movimiento y en la plataforma, mirándolos.
¿Cómo supo la señora que caerían juntos? La señora se levantó rápidamente, y mientras lo hacía, se giró, mirando a Mihael con sus ojos negros, y dijo un gracias que Mihael tuvo que leer de sus labios, por el ruido del metro que se alejaba. ¡Vaya con la señora! Qué bien lo ha hecho.
Salté unos segundos después. Mihael estaba entonces sintiendo la descarga de adrenalina, poniéndose de pie y sacudiendo los brazos. Me dijo después mientras salíamos de la estación que se había sentido como en una película real, que había sido una escena increíble, y que desde hoy estaba seguro, un día iba a ser un doble de escenas peligrosas de primera.